La vida de Sara estuvo marcada por las drogas y la delincuencia, una historia tristemente común en nuestra sociedad. Sin embargo, gracias al apoyo de los profesionales de la Corporación ACJ, al amor y su pasión por la literatura, logró superar los obstáculos y encontrar la felicidad. Su relato es un inspirador ejemplo de que la determinación y la esperanza pueden llevarnos a lugares inimaginables.
Desde las profundidades del dolor y la angustia, surge una crónica de vida marcada por las drogas, la delincuencia y la desesperanza. Una historia que, lamentablemente, no es única en nuestra sociedad. La protagonista de esta historia es una joven que, como muchos otros niños, creció en el oscuro círculo de la delincuencia, pero no siempre fue así.
Todo comenzó por una enfermedad y la que ella atribuye a una irresponsabilidad de sus padres. La madre de la Sara, quedó viuda con cuatro hijos varones y su padre le dio tres hijas mujeres, de las cuales Sara es la del medio. Recuerda cuando a una de sus hermanas le dio leucemia a los tres años y la internaron, su madre se ausentaba de casa porque debía cuidar a la más pequeña de las niñas. Vivían en casa de su abuela en Recoleta y por lo general estaban solos, ya que su padre prefería perderse en el alcohol.
Sara cuenta que las veces que su papá estaba en casa, se dedicaba a arreglarla para ponerla más bonita, pero eso hacía que sus tíos se molestaran “y dijeran palabras como ‘la casa no es tuya’, ‘se tiene que vender’, esto hacía que mi madre de indispusiera el resto del día”.
Con el tiempo en la casa empezó a verse la escasez, ya que su madre salía a pedir a la calle con su hermana menor, mientras ella se quedaba en casa junto a sus otras hermanas. “Mi madre comenzó a hacer bingos y hartas cosas para obtener dinero, pero no tenía el apoyo de su familia. Se metió hacer berlines, pero su hermano le robó el negocio y quedó en quiebra”.
Los hermanos de Sara intentaron conseguir trabajo, pero no lo lograron debido a que ninguno era mayor de edad y optaron por involucrarse en actividades delictivas. Cuando su madre se enteró, decidió mudarse a Colina con mucha facilidad y la joven cree que fue una muy mala opción: “Fue lo peor. Mi madre se metió en el círculo del tráfico y allí con ocho años me di cuenta de que mi vida no era normal”.
El tiempo pasaba sin piedad y la protagonista se encontraba sumergida en un mundo oscuro, donde la violencia y el peligro eran su pan de cada día. En varias ocasiones tuvo que hacer malabares para llevar drogas escondidas entre sus ropas, temiendo ser descubierta en cualquier momento. La terrorífica realidad se hacía cada vez más evidente en su propia casa, cuando al hacer el aseo, descubría con horror armas escondidas bajo los colchones. Los garabatos parecían ser lo único normal en ese infierno.
Su padre se hacía cada vez más presente, pero lo que más la atormentaba era la prohibición que le impusieron sus padres de ver al único rayo de luz que había aparecido en su vida: un niño que, aunque de una vida muy distinta, había conquistado su corazón. “A los 13 años me enamore de un niño con una vida muy distinta a la mía, sus padres lo obligaron a dejarme”, cuenta.
A pesar de las amenazas y las prohibiciones, el chico le prometió que volvería, dejándola con un nudo en la garganta y el corazón destrozado. Los días de allanamiento por drogas en su casa eran terribles, las trataban muy mal por tener esta vida, una que, por cierto, ella no escogió. Le daba miedo irse al SENAME por las cosas que pasan dentro, ella nunca las vivenció en persona, pero sí conoció a otros chicos que pasaron por situaciones terribles. Por otra parte, sus hermanos en varias oportunidades estuvieron al borde de la muerte, por enfrentarse a enemigos que fueron formando a través de los años.
“A pesar de que mi padre ya no estaba muy ausente, nos enseñó mucho de Dios, él ya había dejado el alcohol, pero mi madre nunca lo perdonó. Hubo muchas noches en las que llorando bajo las sábanas, le pedía a Dios que cambiara nuestras vidas, que nos cuidara, pero sobre todo a mis hermanos que ya se habían convertido en consumidores”, relata Sara.
La vida de la adolescente ha sido una montaña rusa de altibajos, desde su infancia en un hogar disfuncional hasta su vida como delincuente juvenil. A los 16 años, como era de esperarse, entró en el círculo de la delincuencia, comenzó a robar en grandes tiendas acompañada de muchos niños en todo el sur de Chile. En medio de todo eso, se encontró de nuevo con su primer amor, solo de vista, y comenzó a cuestionarse si esa era la vida que realmente quería. “Mis padres se echaban la culpa uno al otro. Yo me transformé en la oveja negra de las hermanas mujeres”, recuerda.
La vida de la protagonista de esta historia, había sido un infierno, atrapada en la delincuencia y el miedo constante de acabar en la cárcel. Sin embargo, su pareja y la oportunidad de escribir su historia le dieron la fuerza para salir adelante. A pesar de ello, aún se encontraba sola, sin saber cómo avanzar en su nueva vida. Fue entonces cuando entró al Programa SBC Norte de la Corporación de Desarrollo Social. Las personas cálidas y acogedoras de la institución la recibieron con los brazos abiertos y le brindaron la ayuda y el apoyo que necesitaba para avanzar: “Me dieron confianza, me explicaron mis derechos y obligaciones y respiré aliviada, pensé por fin puedo dejar atrás mi pasado”.
Gracias a su participación en el programa, Sara tuvo la oportunidad de asistir a un taller de literatura, donde pudo expresar todo lo que había guardado por años y, además, ganar el primer lugar del IV Concurso Literario de la Corporación ACJ. La gente aplaudía y lloraba al escuchar su historia, lo que le daba una sensación de gratificación que nunca antes había experimentado. La emoción de ese momento la impulsó a continuar, y ahora, con la ayuda de su delegado, está matriculada para retomar sus estudios.
“Siento que por fin voy dejando atrás todo lo que me hacía mal, mis profundos dolores. Ahora siento que la vida me ha dado otra oportunidad y sin duda la voy a tomar. Gracias, sola… no lo habría logrado”, concluye.